12. El hombre detrás del genio



Todo el mundo conoce a Conan Doyle como autor de Sherlock Holmes, pero a menudo se sabe poco sobre su personalidad y su vida, lo que lleva a identificarle con su personaje o a creerle gris. Nada más lejos de la realidad.

Además de concebir al detective literario por anto­nomasia, sir Arthur Conan Doyle fue un autor pro­lífico en varios géneros, doctor en Medicina y un aventurero que viajó a latitudes remotas. También participó en dos guerras y en dos elecciones parla­mentarias, denunció el racismo colonial y se metió a investi­gador para reparar graves errores judiciales, aunque no olvi­demos que defendió causas bastante más dudosas, como el espiritismo o la existencia de las hadas. El increíble Dr. Doyle fue, por otra parte, un deportista consumado, precursor del esquí alpino y el automovilismo, además de un hijo, marido y padre ejemplar. En tanto personaje, puede que incluso resulte más atractivo que el mismísimo Sherlock Holmes.


Familia talentosa

Arthur Ignatius Conan nació en Edimburgo en 1859 en el sino de una familia católica de origen irlandés agraciada por el talento. Su pa­dre pertenecía a una saga de pinto­res de éxito, aunque se volvió alcohólico y acabó ingresando en una serie de clínicas hasta su muerte.

Para fortuna del pequeño Arthur y sus hermanos, Mary, la madre, era una roca. Inculcó a sus hijos valores nobles mediante relatos de caballería. Era una gran lectora y una contado­ra de cuentos soberbia. Años después, Conan Doyle le atribuiría su atracción por la narrativa.


Arthur Conan Doyle pintura padre

Rebelión en el internado

Arthur cursó sus estudios en un internado jesuita en Inglaterra. No lo pasó bien en aquel colegio. Además de hallarse lejos de casa, era rebelde por naturaleza, lo que le acarreó más de una paliza en un sistema educativo como el victoriano, que recurría a ellas habitualmente para disciplinar a los pe­queños.

En el internado de Inglaterra, Arthur descubrió sus cualidades literarias y también su afición por los deportes.

Pese a ello, allí descubrió sus cualidades literarias, viendo cómo sub­yugaba a sus compañeros con los cuen­tos que inventaba. Allí inició también su afición vitalicia por los deportes y es­trechó aún más los lazos con su madre, al cartearse con ella con frecuencia.

Arthur Conan Doyle New College Universidad Edimburgo

Deporte con la flor y nata

Se matriculó en Medicina en la Universidad de Edimburgo porque la profesión estaba bien remunerada. En la facultad amplió sus intereses deportivos jugando al cricket en un equipo con futuros escritores famosos, como A. E. W. Mason, el nove­lista de Las cuatro plumas, o el creador de Peter Pan, James Barrie, un amigo a per­petuidad. También conoció en el claustro al joven Robert Louis Stevenson, respon­sable, entre otras obras, de La isla del tesoro, y al hombre que, con sus habili­dades deductivas, le inspiraría Sherlock Holmes: el doctor Joseph Bell.


Ballenero polar

Al tiempo que compaginaba sus estudios con una incipiente carrera como escritor, se embarcó en la primera aventura alrededor del globo. Se trató de un viaje en la nave ballenera Hope, en la que se enroló como cirujano.
Durante su viaje en el ballenero Hope desarrolló tal pericia en la caza de focas que el capitán le ofreció contratarle. 

Con poco trabajo a bordo, aprovechó el periplo de dos meses por Groenlandia y el Ártico para empaparse de la dura vi­da marinera. Pese a repudiar la crueldad de la caza de focas y cetáceos, terminó participando en ella como voluntario, corriendo peligros mortales en varias ocasiones y realizando con tal pericia la faena que el capitán le ofreció contratar­le al año siguiente para desempeñarse al bisturí y también al arpón.


Arthur Conan Doyle Ballenero Holandés

El amor de su vida

En Portsmouth, el flamante Dr. Doyle inauguró un consultorio médico. En aquellos días era tan po­bre que solo pudo amueblar, en la casa alquilada, la sala de espera y aquella en que atendía a los pacientes.

Sus esfuer­zos, no obstante, se vieron recompensa­dos al cabo del tiempo con una cliente­la estable. Parte de ella fue una familia que le cambiaría la existencia. Se trataba de los Hawkins, uno de cuyos miembros sufría una meningitis termi­nal.

La dolencia había minado los re­cursos del clan, de modo que el médico, compadecido por ello y por el estado del paciente, invitó a toda la familia a tras­ladarse a su hogar. Una hermana del en­fermo, Louise, quedó profundamente conmovida por la bondad del doctor, del que se enamoró. Correspondida por és­te, se casaron el verano de 1885. Conce­birían dos niños, Mary y Kingsley.



Apuesta por las letras

Felizmente casado, Arthur comenzó a escribir una novela, Estudio en escarlata, que poco más tarde lo cata­pultó a la fama gracias a su pareja protagonista, Sherlock Holmes y su inseparable Dr. Watson.

Estrenó la década de 1890 en compañía de amigos también triunfantes como Barrie u Oscar Wilde y nadando en la abundancia por los trabajos sobre Hol­mes. En esas fechas Conan Doyle decidió dejar atrás la medicina y profesionalizarse como autor.

Tomó esta resolución tras padecer una gripe que, al conducirlo casi a la tumba, le convenció de que debía concentrarse al máximo en su vocación.

Arthur Conan Doyle Estudio en Escarlata


Precursor del esquí

En 1893, un diagnóstico reveló que a Touie, como llamaba cariñosamente a su esposa, parecían quedarle apenas unos meses de vida debido a una tuberculosis. Así, Arthur puso rumbo a Davos con su mujer, confiando en que el clima de Suiza contribuyera a su recuperación.

Allí, Touie mejoró vi­siblemente, mientras él continuaba es­cribiendo infatigable y ayudando a poner de moda el esquí. Doyle había aprendido este de­porte en Noruega, pero en Suiza era casi desconocido, hasta el punto de que lle­gó a practicarlo de noche para evitar las burlas de los lugareños.

Sus artículos sobre el esquí alpino incentivaron a miles de turistas a visitar el país helvético pa­ra deslizarse por sus laderas.  Sus artículos sobre la modalidad alpina en la revista The Strand, donde publicaba también la saga de Holmes, incentivaron a miles de turistas a visitar el país helvético pa­ra deslizarse por sus laderas.


Amor platónico

Al volver a Inglaterra se instalaron en Surrey. En esos lares, Conan Doyle conoció a otra mujer de la que se enamoró al instante. Joven, culta, atractiva y soltera, amazona consu­mada y dotada de una espléndida voz de mezzosoprano, Jean Leckie reunía todos los requisitos para encandilar al escri­tor.

Éste, sin embargo, se sentía culpable. Quería a su esposa. Era la madre de sus hijos, una gran persona y, además, estaba enferma. De ahí que acordara con Jean mantener su relación en términos plató­nicos. Touie no debía saber de su exis­tencia. El autor no soportaría lastimarla. Comenzó así un idilio agridulce que se prolongaría una década en secreto.

En 1906 fallecía Touie y un año después se casaba con Leckie en una boda multitudinaria. La pareja se mudó a un nuevo hogar, en Sussex, donde viviría el resto de sus días con los dos hijos del matrimonio ante­rior y los tres que tuvieron juntos, Denis, Adrian y Jean.


Arthur Conan Doyle Familia Leckie

Médico de guerra

Cuando estalló la guerra de los Bóers, Doyle se ofreció voluntario para luchar, aunque se le recha­zó por la edad –ya era cuarentón– y cier­to sobrepeso. No desistió. Volvió a la carga en calidad de médico y fue aceptado. En África tra­tó más casos de fiebre tifoidea que heri­das bélicas, como les ocurrió a muchos compañeros de profesión.

La Corona nombró caballero al escritor en 1902 en agradecimiento a su artículo que desmentía las atrocidades infligidas a los bóers. 

Al regresar a In­glaterra decidió escribir una extensa crónica y un artículo no menos largo so­bre la realidad de la contienda. Ambos trabajos causaron un fuerte im­pacto en la opinión pública. El primero por desglosar con precisión militar las carencias del ejército británico y el se­gundo, más grato para el gobierno de Eduardo VII, por desmentir las atrocida­des que, según se rumoreaba, se habían infligido a los bóers. Este último texto, fue tan agradecido por la Corona que en 1902 nombró caballero al escritor, desde entonces recordado co­mo sir Arthur Conan Doyle.


Político en ciernes

Conan Doyle se lanzó también a la arena política como candi­dato al Parlamento por el Partido Liberal Unionista, de línea reformista modera­da. Pese a que obtuvo numerosos votos, no consiguió el escaño. Tampoco un lus­tro más tarde, cuando lo intentó otra vez, debido a sus orígenes católicos.


 Conductor novato

Conan Doyle se compró uno de los primeros coches de Gran Bretaña sin haber conducido nunca. Se lo llevó a casa él mismo, recorriendo casi trescientos kilómetros.

Fue precisamente el automovilismo el percutor de una nueva causa que aban­derar. En 1911 participó con su esposa en un rally de Hamburgo a Londres organi­zado por el príncipe Enrique de Prusia, el hermano menor del Káiser.

Allí oyó rumores de una contien­da inminente largamente incuba­da entre la Triple Entente (Reino Unido, Francia y Rusia) y las potencias centra­les (el Imperio alemán, el austrohúnga­ro e Italia) que estaba a punto de estallar. Desde ese instante, empleó todo su po­der mediático para persuadir a sus com­patriotas de prepararse para el combate.


Arthur Conan Doyle anciano con su hijo

Espiritismo

La pasión de Conan Doyle por lo esotérico había despertado a su regreso del viaje en el ballenero. En esos años el espiritismo era una doctrina novedosa de mediados del siglo XIX, que quizá lo sedujo tanto por satisfacer sus necesidades metafísicas como por resentimiento hacia los jesuitas y el ca­tolicismo de su familia paterna.

En los años veinte sumó a sus convicciones la existencia de las ha­das en el célebre episodio de las de Cot­tingley. 

Su relación con el espiritismo se intensificó en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, en la que perdió la vida su hijo mayor, y sobre todo tras la contienda. Se lanzó a promocionarla enérgicamente en múltiples conferencias, giras por cuatro de los cinco continentes, incontables ar­tículos y diversos libros. Todo ello le valió reproches eclesiásticos, caricaturas en los medios e incluso la censura de su amigo “Peter Pan” Barrie, que le rogaba no tocar el tema cuando se veían.

Sin embargo, obstinado como de cos­tumbre, no cejó. En los años veinte sumó a sus convicciones la existencia de las ha­das en el célebre episodio de las de Cot­tingley (cinco presuntas fotos de estas criaturas tomadas en un bosque de Yorkshire), y agrió una amistad incipiente con el mago Houdini al intentar ponerse en contacto con su difunta madre en una sesión con médium.

En 1929, durante una tournée espiritis­ta por el norte europeo, el escritor se vio sorprendido por un debilitamiento ge­neralizado. Sir Arthur Conan Doyle fa­lleció en su hogar al año siguiente, de una crisis cardíaca.

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